viernes, 2 de diciembre de 2016

NOTICIA TERREMOTO

TERREMOTO EN ECUADOR


«De milagrito que no me cayó encima. Agarré a mi bebé y salí corriendo de la casa»

Las réplicas (541 dese el pasado sábado), el calor y la escasez de agua castigan las zonas devastadas por el seísmo que sufrió la costa ecuatoriana el pasado sábado





Un niño duerme bajo una tienda instalada en el aeropuerto de los Reales Tamarindos, tras ser evacuado de Portoviejo  - REUTERS
LYS ARANGO Esmeraldas (Ecuador) - Actualizado: Guardado en: Internacional

Las familias que aún procesan la tragedia vivida y la tristeza de la devastación buscan un lugar seguro tras cada réplica del temblor. Los 50 albergues improvisados en la provincia de Esmeraldas reciben cada día a más personas que desean instalarse en un lugar sin amenazas. El rumor de que aún está por llegar un tsunami o un terremoto aun más devastador se apodera del ánimo de muchos ecuatorianos que deciden escapar.
Nora Macías, una viuda con cinco hijos, recuerda una de las réplicas del 20 de abril. Eran las 5 horas, se encontraba en la cocina fregando platos cuando, «de pronto, los perros comenzaron a ladrar sin ningún motivo y, a los pocos segundos, un sonido fuerte zarandeaba la tierra. Todo crujía y vi que la pared, ya dañada por el terremoto anterior, se resquebrajó como si la hubiera partido un rayo», cuenta Macías con un hilo de voz por la afonía. «De milagrito que no me cayó encima. Agarré a mi bebé y salí corriendo de la casa. Grité con todas mis fuerzas llamando al resto de mis hijos, pero por suerte estaban en la cancha jugando».
La casa está gravemente dañada. Le da miedo volver. De modo que ahora viven los seis en el albergue de Salima, en el cantón de Muisne. Se trata de un refugio improvisado, donde el calor y la humedad asfixian. Alrededor de 500 personas habitan en este solar, apiñados en colchones sobre el suelo, bajo plásticos negros que incrementan el sofocante calor durante el día.
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Se estima que hay 9.500 personas desplazadas en Esmeraldas desde que el terremoto sacudió Ecuador el 16 de abril y las 541 réplicas registradas por el Instituto Geofísico en las siguientes 90 horas. El calor, la falta de agua potable, la escasez de alimentos, el hacinamiento y las recurrentes picaduras de mosquitos hacen muy difíciles las condiciones para estas personas. Se teme que el rápido deterioro de las condiciones derive en un problema de salud.
En la zona está actuando la organización humanitaria internacional Acción contra el Hambre, que ha movilizado un equipo de 10 personas desde España y Colombia en las 24 horas inmediatas al terremoto. Tras realizar las primeras evaluaciones en Esmeraldas, la segunda provincia más afectada por el sismo después de Manabí y donde menos ayuda gubernamental ha llegado, en las próximas horas la organización comenzará la distribución de kits de higiene, filtros potabilizadores de agua y mosquiteras. Asimismo se distribuirán 1.000 tanques de agua, cisternas, depósitos y puntos de agua segura para garantizar el abastecimiento en las concentraciones de población.

Una nueva vida

Como contraste de tanta desgracia, pronto nacerá una nueva vida, cuando Nicol Noel, de 16 años y embarazada de 9 meses, dé a luz. Actualmente vive en el albergue de Salima, después de que su casa quedase reducida a escombros. Ella y otras decenas de mujeres y niños necesitan con urgencia lugares seguros en los que puedan disfrutar de cierta intimidad. Por eso pronto se llevará el equipamiento necesario para montar «baby tents», donde madres y niños recibirán apoyo psicosocial para afrontar el impacto de la catástrofe.

La frustración del Ericam por no haber recuperado a nadie con vida

Han pasado más de cinco días desde que el grupo de Emergencia y Respuesta Inmediata de la Comunidad de Madrid (Ericam) aterrizó en Ecuador. Tras trabajar en Canoa, desde el martes desempeñan sus labores de rescate en Manta. Jornadas en las tan solo han rescatado cadávares. «Nuestra gran frustración es no haber recuperado a nadie con vida», confiesa Rufino Ruíz, bombero del Ericam, a ABC. Desde el jueves ya tampoco hay cuerpos. «Nadie reclama ya a un familiar o a un amigo». Unos momentos que siempre suponen una gran tensión para los rescatadores «por la presión con la que trabajamos, y además porque tenemos que valorar la situación por si nos pilla una réplica dentro del edificio». La última importante duró 45 segundos. «Nos acojonamos», confiesa. A pesar de ello, reconoce que la población los está ayudando mucho y que valora su esfuerzo. «Cuando pasamos, algunos nos aplauden». 
En Manta continúan las restricciones de agua, «solo tenemos para beber, no podemos lavarnos», pero ya ha desaparecido el hedor a cadáver, «ahora el olor procede de los alimentos». La policía se ocupa de mantener el orden. «En esta parte no hay muchos saqueos, el problema es que la gente quiere volver a sus casas para recuperar sus pertenencias y es peligroso». S. GAVIÑA